sábado, 16 de julio de 2022

Otro cuento de paz

Había una vez unas bellas personas que les gustaban demasiado hablar entre ellas, hablaban de la naturaleza, los lagos que solían visitar y los ríos de los que no podían navegar, también de sus deseos profundos, como estar en el mar, caminar entre la arena mojada y hacer esos hermosos castillos de arena que solían ver en las películas antiguas de amor y comedia. Toda una vida idílica que tendrían si pudieran salir de su cama de hospital. 
Ana y María habían sido heridas en uno de aquellos combates que aparecían en su pueblo cada cierto tiempo, campos de granadas de fragmentación. Ellas habían perdido sus piernas y sus caras habían quedado desfiguradas. Sus madres se lamentaban de aquella terrible situación, no solo por la desgracia de tener unos monstruos como hijas, sino también porque sus esposos habían ido a las guerrillas a luchar una guerra en causas que les parecían absurdas. 
Luego de ser heridas, las niñas fueron internadas en el hospital de beneficiencias a niños huérfanos, dado que no solo sus padres eran despreciados en este tipo de instituciones, sino también sus madres habían preferido irse del pueblo y abandonarlas, para ellas era más fácil buscar una nueva como desplazadas, que llevar un diagnóstico desfavorable de sus hijas, una pérdida total de movilidad y riesgos de muerte hacían que sus esperanzas quedarán destrozadas y preferían abandonarlas con la esperanza de que estuvieran vivas en buenas manos y no verlas morir por sus carencias económicas. 
Y así había sido, Ana y María habían despertado no solo con la terrible noticia de su estado de salud, también con el total abandono de sus familias y ser ahora huérfanas de un país en guerra. Eran unos números más en el terrible estado de la guerra, no por sus tragedias y estado les brindarían más oportunidades o más cariño. Solo hacían estorbo con la carencia de camas libres. 
Pese a que pasaba el tiempo, las niñas trataban de estar juntas y hacer de su recuperación una fortaleza. Las personas cuando se enteraban de la situación de las niñas querían ser de ayuda y apoyarlas, pero cuando las conocían les daba demasiado asco por su aspecto, además que su estado de salud cada vez era peor. Nadie quería encartarse con una muerte segura. Sin embargo, las niñas no sabían eso, para ellas solo eran visitas que trataban de darles tardes de alegría mientras se recuperaban. Pero nadie era capaz de decirles las verdad: Tenían solo unos meses de vida debido al delicado estado de salud y la incapacidad del hospital de mantenerlas debido a su pronóstico. 
Ana y María pasaban sus días felices y trataban de mirarse mucho o pensar mucho en el dolor intenso del que eran presas. Jugaban a distancia y se esperaban mientras iban a terapia. Pero uno de esos días, María no volvió. Ana la había esperado durante horas y solo cuando empezó a llorar incontrolablemente le dijeron lo que había sucedido: El padre de María había ido al hospital y al ver el estado lamentable de su hija y el abandono de su cruel esposa, había decidido darle fin a su hija y luego él mismo se había quitado la vida. Ana no podía creer lo que había sucedido y sintió todo el golpe de realidad de su desgracia: era una huérfana desfigurada que su madre había preferido abandonarla por lo horrible que se veía, y el dolor agudo siempre le impedía dormir y se engañaba con esperanzas y mbdos falsos, y luego empezó a rechazar a todo el mundo, pensaba que alguna de esas visitas sería su padre que le daría muerte. 
Sin embargo, tiempo después su padre volvió y aunque su esposa lo había dejado, sentía un profundo amor por su hija. Él decidió dejar la guerra y quedarse con su hija. Ella no era una huérfana porque había alguien que la amaba. Y aunque debería ser capturado por sus acciones de guerrilla, le dieron el perdón durante los últimos meses de vida de su hija. Ana murió con la compañía de su padre, sintiendo la paz de su alma con el amor que nadie más podría haberle dado. 

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