Las elocuentes noches de abril que encarnaban el mes de Ramadán, todos los amantes se escondían en las brumas para hacer sus fechorías.
La celebración ocultaba todo a los soñadores e ilusionistas de lo divino, los verdaderos amantes habían aprendido a olvidar todo lo restringido y vivir como siempre lo hubiesen soñado, con su verdadero amor sin importar sus casamientos desdichados.
El peor castigo que tendrían los amantes era la separación, la culminación de la lujuria y seguir en la monótona pasión de esclavizarse en lo no amado y por consiguiente a odiar.
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